¿Qué significa
CONVERSIÓN
por Roderick C. Meredith
y
Herbert W. Armstrong
¿Cuántas
veces ha escuchado usted a los no creyentes -
juzgando a alguien que profesa a Cristo -
decir con desdén: “¡Pues si esto es lo que significa ser un cristiano, prefiero
mil veces no serlo!”?
¿Cuántos
no hay que juzgan a Dios por la manera de vivir de quienes se dicen ser
cristianos? ¡Y cuántos suponen que antes de que uno pueda convertirse en
cristiano debe vivir una vida perfecta!
¿Cuántos
no hay que dicen: “Si tan sólo pudiera dejar de fumar, me convertiría en
cristiano”?
¿Cuántos
no piensan que un cristiano debe ser perfecto, alguien que jamás hace nada malo?
Suponga que usted, efectivamente, ve o sabe de un cristiano que comete un error.
¿Acaso ello significa que en realidad él es un hipócrita, que, después de todo,
no es un verdadero cristiano?
¿Es
posible que uno llegue a pecar en tanto que es cristiano, y que aun así siga
siendo un cristiano verdaderamente convertido?
La
asombrosa verdad es que muy pocos conocen lo que es, en efecto, un cristiano.
Pocos saben cómo es que uno llega a ser convertido -
si se trata de algo repentino, de algo que ocurre de una sola vez, o más bien de
un proceso paulatino. ¿Acaso la conversión tiene lugar súbitamente, o es algo
gradual? Es tiempo ya de que entendamos lo que constituye la verdadera
conversión.
Primera
parte:
CÓMO
LLEGAR A SER UN CRISTIANO
¿Q |
UÉ
OPINA JESUCRISTO del espectáculo que ofrecen
las diversas sectas, siempre en rivalidad, que se hacen llamar “cristianas”?
¿Enseñó Jesús varios métodos de salvación y señaló centenares de caminos que
llevan a la vida eterna - o solamente
uno?
Desde la guerra de
Corea y el advenimiento de la bomba de hidrógeno, millones de individuos se han
vuelto asiduos concurrentes a las diversas iglesias que existen en el mundo. Más
y más individuos están buscando comunión con Dios. Más gentes piensan en la
religión.
Pero, ¿qué clase de
religión es la que adoptan? ¿Simplemente cualquier religión?
¿Qué iglesia?
Quizás mucha gente
sensata ha quedado estupefacta al leer los artículos recientemente publicados en
revistas muy populares, que revelan cuán descuidados somos, casi todos, para
seleccionar la iglesia a la que asistimos. Pero ciertamente este problema atañe
a todos y cada uno de nosotros, y por lo tanto, es menester que hagamos algunas
consideraciones al respecto.
Si usted es miembro de
alguna iglesia, ¿cómo escogió usted su iglesia - su teología?
Trate de mirar este
problema objetivamente - reflexivamente.
Antes de que usted empezara a asistir a su iglesia predilecta, ¿trató
primeramente de hacer un análisis cuidadoso, imparcial, de todas las iglesias,
para ver cuál de ellas enseñaba más acerca de la verdad de las Sagradas
Escrituras? ¿Estudió usted la Biblia para estar seguro de sus enseñanzas sobre
varios puntos doctrinales?
¿O usted como tantas
personas, simplemente creció en su fe particular y la aceptó sin jamás haber
comprobado sus enseñanzas por sí mismo?
Reflexione en esto. La
gente emplea tiempo y esfuerzos para determinar qué clase o estilo de ropa debe
comprar, qué carro debe manejar. El hombre prudente y la mujer sabia emplean
muchas horas, meses, a fin de conocerse mutuamente antes de disponerse a hacer
un contrato matrimonial para toda la vida.
Pero proporcionalmente,
las personas no son así de cuidadosas cuando se trata de unirse a una iglesia y
sus doctrinas y depositar en éstas su esperanza de recibir un galardón eterno
del Creador mismo.
Sí, ya sea que
pertenezcamos a una iglesia o no, los más de nosotros hemos sido muy descuidados
al adquirir nuestras diversas creencias en Dios. Hemos sido tan descuidados, que
hay más de cuatrocientas sectas, todas enseñando diferentes conceptos, en el
nombre de Cristo y de Dios.
Pero la Biblia dice, y
el sentido común debiera decírnoslo también, que hay sólo un camino recto y
justo. El apóstol Pablo escribió por inspiración divina: “Un cuerpo iglesia, y un
Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra
vocación; un Señor, una fe, un bautismo” (Efesios 4.4-5).
¿Cómo podemos encontrar
el camino recto para ganar la salvación? ¿Cómo podemos estar seguros?
La verdad comprobatoria
Lo primero que debemos
tener en mente es que si algunas de nuestras creencias son verdad, resistirán
toda prueba y quedarán firmes. Si no son verdad, deberíamos desear descubrirlo y
apartarnos de ese error lo más pronto posible.
El inspirado Pablo
exhorta: “Examinadlo todo; retened lo
bueno” (1 Tesalonicenses
5.21).
Al probar cualquier
asunto espiritual, debemos obedecer la admonición de Dios: “Y no te apoyes en
tu propia prudencia” (Proverbios
3.5). La Palabra de Dios también
nos instruye: “Hay camino que al hombre le
parece derecho; pero su fin es caminos de muerte” (Proverbios
14.12).
¿Cómo hemos de
comprobar entonces cuál es el camino de salvación señalado por Dios? ¿Dónde
podremos encontrar la verdadera doctrina?
“Toda
la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo
3.16).
Jesucristo dijo:
“No
sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”
(Mateo 4.4). Por lo tanto, a
los cristianos les está mandado vivir por la Biblia - basar sus mismas
vidas en las enseñanzas del Sagrado Volumen.
Por lo cual, si de una
manera honrada hacemos a un lado nuestras ideas, y empezamos a probar todas las
cosas por la Biblia, ¿qué mejor enseñanza pudiéramos seguir que la de Cristo
mismo? ¿Quién puede saber mejor cómo instruimos dentro del cristianismo, que
Cristo?
Dejemos a un lado
nuestras opiniones e ideas por un momento, y veamos qué dice Jesucristo sobre
este particular.
Después de todo, ¡Él es
el único que realmente sabe!
La senda cristiana
En Mateo 7, Jesús exhortó a sus
seguidores: “Entrad por la puerta
estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y
angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”
(versículos 13 y
14).
Nótese que Jesús profetizó que pocos hallarían el camino que lleva a la vida eterna. No es el camino ancho, popular, que muchos se han imaginado. ¿Está usted seguro de que se halla en el camino que Jesús señaló como el que habrá de conducir a la vida abundante, eterna?
Jesús nos advierte:
“Guardaos de los falsos
profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son
lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los
espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el
árbol malo da frutos malos” (versículos 15-17). Los “frutos”, el producto o los
resultados de los verdaderos profetas, deberían ser pues, una sociedad llena de
amor, gozo y paz - los “frutos” que siempre
produce el Espíritu Santo (Gálatas
5.22-23).
Las naciones
occidentales se han llamado a sí mismas “cristianas”. Están llenas de iglesias
que profesan ser cristianas.
Pero, ¿cuáles son los
frutos? ¿Amor y paz - o guerra?
Enfrentémonos a la
realidad.
Hay algo terriblemente
erróneo en esta sociedad nuestra que se hace llamar “cristiana”. Llamamos a
Cristo, Señor nuestro - pero, ¿lo es en
realidad?
Jesús responde:
“No
todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7.21).
¡”Honra de labios” no
basta! Es menester que estemos haciendo la voluntad de Dios. Debemos actuar
conforme a los mandamientos de Jesús. “Pero cualquiera que me oye
estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su
casa sobre la arena;… y fue grande su ruina” (Mateo 7.26-27).
Jesús predicó acerca de
un camino de vida bien definido. Ese camino es obediencia a la voluntad de Dios
el Padre. Cualquiera que profese ser cristiano, pero que vaya en diferentes
direcciones, es comparado a “un hombre insensato”.
Jesús clamó
“¿Por
qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6.46).
Antes bien, somos
ridículos, ¿no es así? Hay infinidad de nombres en el mundo que pudiéramos
escoger. Pero, ¿por qué los individuos, las iglesias, y las naciones se empeñan
en llamarse “cristianos” mientras continúan enseñando y practicando caminos
completamente diferentes a aquél que Cristo señaló?
La Biblia es estable
Las ideas y enseñanzas
religiosas de los hombres son variadas y confusas. Aun las grandes sectas han
cambiado repetidamente sus doctrinas, de tiempo en tiempo. Pero la enseñanza de
la Biblia es consistente e invariable.
Los verdaderos siervos
del Altísimo, en todas las edades han escrito y aleccionado sobre el mismo
camino básico de obediencia a Dios. “Tu palabra es
verdad”, dijo Jesús (Juan 17.17). Y en otra
ocasión dijo: “La Escritura no puede ser
quebrantada” (Juan 10.35). Dios no se
contradice en su inspirada Palabra. Deberíamos tener eso en cuenta siempre que
estudiamos la Biblia.
Por lo tanto, Jesús
continuó el mismo evangelio - no algo
distinto.
Durante los días del
ministerio de Cristo, cierta persona se le acercó y le dijo: “Maestro bueno,
¿qué bien haré para tener la vida eterna?”
Jesús le contestó:
“¿Por
qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en
la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19.16-17).
Este es el camino que
según las enseñanzas de Jesús, conduce a la vida eterna. Él nada dijo acerca de
efectuar una ceremonia de “ingreso” a determinada iglesia, ni de sólo
“aceptarlo” como el Salvador. Sus enseñanzas claramente indican que si Él ha de
ser su Señor, su Amo, usted tiene que obedecerle.
¿Sabía Jesús lo que
estaba diciendo?
Según parece, muchas
organizaciones de hombres creen que Él no sabía lo que estaba diciendo, porque
han reemplazado sus palabras por una fe muerta y cierta creencia en su persona,
pero niegan el camino de la salvación que Él marcó a través de sus
enseñanzas.
Los apóstoles
continuaron predicando el mismo mensaje que Él trajo. Antes de ascender al
cielo, les mandó que fuesen e instruyesen a todas las naciones: “enseñándoles que
guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28.19-20).
La enseñanza de los apóstoles
Las enseñanzas del
apóstol Pablo indican el mismo camino de vida que Jesús predicó; y Pablo mismo
reconoció ese camino como lo que “cristianismo” en verdad significa. Él habló de
haber sido perseguidor de los cristianos, diciendo; “Perseguía yo este Camino
hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres”
(Hechos 22.4).
En los días de Pablo,
el cristianismo era reconocido como un camino de vida (Hechos 19.23,
24.14).
¿Exactamente en qué
consiste este camino de vida?
El apóstol Pedro da la
respuesta: “Pues para esto fuisteis
llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para
que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca”
(1 Pedro 2.21-22). Cristo renunció
a su propia voluntad y sufrió por nosotros. Él no hizo pecado. Nos dio el
ejemplo para que nosotros siguiéramos sus pisadas. Eso, según lo expresa Pedro
por inspiración divina, es nuestra vocación.
En Gálatas 2.20, Pablo explica esto
más ampliamente: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la
carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo
por mí”.
¿Podría ser algo más
claro?
Pablo dijo que había
crucificado su propia voluntad, y que Cristo estaba viviendo en él - dirigiendo
totalmente su vida. Estaba viviendo no sólo por la fe en Cristo, sino por la
misma fe del Hijo de Dios que moraba en él.
Cómo ser un cristiano
Ningún ser humano
puede, natural y normalmente, someterse a la voluntad de Dios y seguir el
ejemplo de Jesús como se debe.
Según explica Pablo,
esto es así, “Por cuanto la mente carnal
es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco
puede. Así que, los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas
vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu si es que el Espíritu
de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de
él” (Romanos 8.7-9).
Es menester que
tengamos el Espíritu de Cristo dentro de nosotros - guiando nuestros
propios pensamientos y acciones - para que seamos
reconocidos como su propiedad. ¿Y cómo recibimos el Espíritu de Dios?
Cuando principió la
Iglesia, el día de Pentecostés, Pedro contestó esta pregunta, diciendo:
“Arrepentíos, y bautícese
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2.38).
Tenemos que darnos
cuenta de que nuestros propios caminos están equivocados, que han traído las
guerras y los sufrimientos que hay a nuestro derredor, y disponernos a
arrepentirnos, a volvernos completamente de nuestras antiguas sendas y permitir
que Dios gobierne nuestras vidas. Entonces debemos ser bautizados, lo cual,
según explica Pablo en Romanos
6.1-6, es la señal
exterior de nuestra voluntad de sepultar completamente nuestro viejo hombre en
una tumba acuática y surgir luego para andar en novedad de vida - siguiendo el
ejemplo de Jesús.
Entonces se nos ha
prometido el “don” del Espíritu Santo para
guiarnos a obedecer e imitar a Cristo - nuestro verdadero
Señor y Maestro.
El Espíritu de Dios es
una porción de su propio carácter colocado dentro de nosotros para habilitarnos
a vivir como se debe. Pablo nos dice que, “el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”
(Romanos 5.5).
Hay muchas ideas
humanas acerca de cómo deberíamos expresar este amor que todo cristiano debiera
tener. Pero Dios mismo nos lo dice claramente en su Palabra.
“Pues
este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no
son gravosos” (1 Juan 5.3).
Sí, el amor de Dios
siempre nos conducirá a obedecerle, a seguir el ejemplo de Jesús y de esta
manera, llegar a ser verdaderos cristianos.
Quizás la mejor
definición de un “cristiano”, contenida en la Biblia, la encontramos en
1 Juan 2.6: “El que dice que
permanece en él, debe andar como él anduvo”. La versión Torres Amat vierte este pasaje
en forma más precisa: “Quien dice que mora en él,
debe seguir el mismo camino que él siguió”.
¿Cuántos de los
“cristianos” de profesión se sienten hoy en día obligados a vivir como Cristo
vivió?
La clave de la conversión
La rendición completa,
incondicional, del ego, al Creador y a Cristo como Salvador y Maestro, es la
clave de la verdadera conversión.
Si usted es realmente
un cristiano - examínese a sí
mismo. ¿Ha llegado al punto de creer en el Creador Dios y en la Biblia como su
Palabra - su inspirada
revelación al hombre? ¿Está usted dispuesto a rendir totalmente su voluntad para
obedecer su Palabra - para estudiarla
honradamente, celosamente, y vivir por ella?
¿Está usted preparado a
dar en efecto, su vida a Cristo - rindiéndose
completamente, voluntariamente, de manera que Él pueda vivir su vida en usted
por medio del Espíritu Santo? ¿Está usted dispuesto a dejar de argumentar y
decir: Sí, Señor, sea hecha tu voluntad y no la mía?
Si usted sinceramente
tiene esa actitud, debería ser bautizado, sumergido en agua - como señal
exterior de su voluntad de sepultar por completo el viejo hombre en absoluta
rendición a Cristo. “Rociar” o “derramar” no escenifica esa sepultura. Cristo
ordenó y enseñó el bautismo por inmersión y también los apóstoles y la inspirada
Iglesia del Nuevo Testamento.
Si usted se encuentra
indeciso acerca de este punto, o si desea mayor información respecto a la
necesidad y el significado del bautismo por inmersión, escriba hoy mismo,
solicitando nuestro folleto gratuito titulado: Todo acerca del BAUTISMO.
Para ser en verdad
cristianos, necesitamos estudiar la Biblia como nunca antes lo habíamos hecho,
poniendo especial atención en el ejemplo y las enseñanzas de Cristo,
arrepentirnos de nuestros caminos y rendir nuestras vidas a Dios expresándolo
físicamente mediante el bautismo (inmersión total en agua) para que recibamos su
Espíritu, el cual será nuestro guía.
Que Dios le ayude a dar
este paso, si en verdad está preparado - y que le ayude a
encontrar la nueva, gloriosa y feliz vida de un verdadero cristiano guiado por
el Espíritu Santo.
Segunda
parte:
LA
CONVERSIÓN
¿P |
UEDEN
PECAR LOS CRISTIANOS? Y si alguno lo hace,
¿significa su “perdición”? Primeramente, permítaseme formular - y contestar
- la siguiente
pregunta: “¿Qué significa la verdadera conversión cristiana?” ¿Acaso convierte a
uno en cristiano el formar parte de una iglesia? ¿O se vuelve uno cristiano con
sólo pronunciar las palabras: “Acepto al Señor Jesucristo como mi Salvador
personal”?
Acudamos a la Biblia en
pos de una definición.
En Romanos 8.6-9 leemos:
“Porque el ocuparse de la
carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto la
mente carnal es enemistad [hostil] contra Dios;
porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede; y los que viven según la
carne
[los que son carnales] no pueden agradar a Dios. Mas
vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu
de Dios mora en vosotros. Y si alguno no
tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”.
Así pues, un cristiano
es alguien que ha recibido, y en cuya mente mora, el Espíritu Santo de Dios. De
otra manera, no es de Él - es decir, no es
cristiano.
La falsa conversión
Millones podrán
profesar ser cristianos, pero a menos que el Espíritu Santo de Dios, otorgado
como su don, por medio de la gracia, esté en ese momento morando en ellos, ¡no
son cristianos!
Millones podrán tener
sus nombres inscritos en los libros de registro de las diferentes iglesias, y
aun así “no ser de Él” - ¡no ser cristianos
en realidad! Y millones viven en este engaño (Apocalipsis
12.9).
De manera que, ¡comprendamos esto! Una persona es un cristiano - a los ojos de Dios - únicamente en tanto que el Espíritu Santo de Dios more en él. ¡Ni un instante antes! ¡Ni un instante después!
Y así, una persona
verdaderamente convertida es la que ha recibido - y actualmente
tiene - el Espíritu Santo
de Dios morando en ella. Sin embargo, aún hay mucho más que entender con
respecto a lo que constituye la verdadera conversión.
La verdadera conversión
Si bien es cierto que
en un sentido la verdadera conversión tiene lugar en un momento preciso
- en un instante
bien definido - también lo es que
en otro sentido la conversión debe desarrollarse paulatinamente - a lo largo de una
proceso de crecimiento y maduración.
Ahora observe bien lo
que a continuación se indica.
¿Cuándo es que uno se
convierte realmente en un cristiano? ¡Cuándo recibe el Espíritu Santo de Dios!
En Romanos 8.9 leímos que a menos
que tengamos el Espíritu Santo, no somos de Cristo - no somos
cristianos.
Existe un tiempo
específico y bien definido en el que el Espíritu de Dios entra en la persona. En
el momento mismo en que recibe el Espíritu Santo, en el primer sentido antes
mencionado, queda convertido. Sí, en un instante. Si tiene el Espíritu de
Cristo, es de Cristo - ¡es cristiano! La
vida misma de Dios ha entrado en él - lo ha impregnado.
Ha sido engendrado como hijo de Dios.
Pero, ¿significa esto
que su salvación ha quedado asegurada? ¿Ha sido plena e irrevocablemente
“salvo”? ¿Es esto todo lo que se requiere? ¿Se ha vuelto ahora, repentinamente,
perfecto? ¿Le resulta imposible pecar en adelante?
¡No! ¡En absoluto!
Pero, ¿por qué? ¿Cuál es la respuesta? ¿Por qué existe tanta confusión al
respecto?
¿Por qué es que casi
nadie comprende el propósito mismo de la vida cristiana?
El propósito de la vida cristiana
¿Por qué la gente no
comprende el Evangelio mismo que Jesucristo enseñó? Él enseñó el Reino de Dios.
Lo mismo hicieron sus apóstoles, incluyendo a Pablo. Jesús habló casi siempre en
parábolas. Repasemos rápidamente una o dos de ellas. Observe lo que Jesús
reveló. Trate de comprender el potencial maravilloso e increíble que
tenemos:
Veamos la parábola del
noble que partió hacia un país lejano, para posteriormente regresar. Se
encuentra en Lucas 19.11-27. Jesús es aquel
noble. Él iba a un país lejano - al cielo, donde se
encuentra el trono de Dios, sede del gobierno de todo el universo. Él pronunció
esta parábola porque sus discípulos pensaron que el Reino de Dios habría de
aparecer inmediatamente. Hasta la fecha han transcurrido más de 1.900 años y el
Reino de Dios aún no ha aparecido.
De suerte que en la
parábola, Él llamó a sus diez sirvientes y a cada uno le dio diez minas (una
unidad monetaria de aquel entonces). Esto simboliza una unidad de valor
espiritual con la que cada uno habría de empezar. En otras palabras, esto
representaba aquella porción del Espíritu Santo de Dios que fue otorgada a cada
uno al momento de su conversión.
Pero sus ciudadanos lo
odiaban. Lo rechazaron como su gobernante. Dijeron, “No queremos que éste reine
sobre nosotros”. El Reino de Dios es un
gobierno reinante. Ellos, en aquel entonces, no recibieron la conversión
- no les fue dada ni
una sola “mina”. (Pero aún
alcanzarán la conversión, según revelan muchas otras escrituras.)
La razón de la partida
del noble al cielo era “para recibir un reino y
volver”. En otras palabras, El se
dirigía al trono del gobierno de todo el universo, donde está sentado Dios
Todopoderoso, el Padre, a fin de que le fuera conferido el dominio del mundo. La
ceremonia de coronación tendrá lugar en el cielo, en el trono del gobierno
universal. Cuando Él retorne, estará coronado con muchas coronas (Apocalipsis
19.12). Él volverá para regir a
todas las naciones con poder divino y todopoderoso (versículo 15).
Pero volvamos a
Lucas 19. A su retorno, sus
sirvientes, a quienes había hecho entrega del dinero - es decir, la
unidad inicial del Espíritu de Dios al momento de su conversión - son llamados a
rendir cuentas, “para saber lo que había
negociado cada uno” mientras Él estuvo ausente.
Esto significa que cada cristiano tiene la obligación de crecer espiritualmente
- crecer en
conocimiento espiritual y en gracia (véase 2 Pedro 3.18). La vida
cristiana es una vida de aprendizaje - de entrenamiento
para una posición dentro del Reino de Dios cuando seamos transformados de
mortales a inmortales - cuando dejemos de
ser humanos de carne y sangre para convertirnos en seres espirituales, con vida
inmortal inherente en nosotros mismos.
En la parábola, el
primero de los sirvientes vino a reportar que había multiplicado en diez tantos
lo que le había sido encomendado. Como usted puede ver, el recibir el Espíritu
de Dios es un don que Él nos hace - es la parte que a
Él le corresponde - y lo recibimos por
medio de la gracia, como un don. Nada podemos hacer para ganarlo o merecerlo.
Pero a todo lo largo del Nuevo Testamento se revela que seremos recompensados según nuestras obras, mas no salvos por
esas obras que hayamos realizado. Este hombre, por su propia iniciativa, había
multiplicado su don espiritual en diez tantos - su mina se había
convertido ahora en diez minas. Recibió una mayor recompensa que aquél que sólo
obtuvo cinco minas.
El noble (Cristo) le
dijo: “Está bien, buen siervo; por
cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades”.
Él había llenado los
requisitos para convertirse en un gobernante. Había sido fiel a los mandamientos
de Dios - a su gobierno.
Debemos aprender a ser gobernados antes de poder, a nuestra vez, gobernar.
El segundo siervo había
aumentado en cinco tantos su acervo espiritual de bienes. Se había capacitado,
en esta vida, en la mitad de lo que el primer siervo alcanzó. Recibió la mitad
de la recompensa.
El Reino de Dios
De manera que la
parábola de las minas muestra que los cristianos habrán de gobernar bajo Cristo
cuando sea establecido el Reino de Dios. Jesús hablaba de gobierno - de un gobierno mundial. Esta
parábola fue dada para mostrar que el Reino de Dios no habría de ser establecido
en aquel entonces. El Reino no es algo etéreo y sentimental que llevamos “en
nuestro corazón”. ¡No es la Iglesia!
La profecía de Daniel
muestra que los santos habrán de gobernar, bajo Cristo el Mesías, cuando Él
establezca su gobierno mundial. Véase Daniel 2 - lea todo el
capítulo y entonces tome nota del versículo 44. Este Reino hará
desaparecer toda otra forma de gobierno - todo gobierno
humano - y permanecerá
firme para siempre. Observe Daniel
7:
y en particular los versículos 18 y
22. Será un reino terrenal
- no uno en el
cielo, sino “debajo de todo el cielo”, versículo 27.
Jesús dijo:
“Al
que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las
naciones, y las regirá con vara de hierro” (Apocalipsis 2.26-27).
Dijo además,
“Al
que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido,
y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis
3.21). Cuando Jesús dijo esto a
través del apóstol Juan en la década de los años 90 E.C., Él estaba en el cielo
con su Padre, en el trono desde el cual se gobierna todo el universo.
Cuando Jesús se siente
en su propio trono sobre esta tierra, será el trono de David, en Jerusalén. Tome
nota de lo que se dice de Jesús: “Este será grande, y será
llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”
(Lucas 1.32-33).
Pero Él no tenía
pensado establecer el gobierno mundial del Reino de Dios en aquel entonces. La
Biblia habla de tres mundos - o eras
- en orden
cronológico. En primer término, el mundo antiguo que fue sepultado bajo las
aguas - anterior al
Diluvio; después, este presente mundo malo; y, finalmente, el mundo por venir.
Jesús, mientras era juzgado ante Pilato, dijo que había nacido para ser Rey
(Juan 18.37), pero que su
Reino no era “de este mundo” (versículo 36). ¡Él habrá de
reinar en el mundo de mañana!
Bajo Cristo, los santos
(cristianos guiados por el Espíritu Santo) habrán de reinar “sobre la tierra”
(Apocalipsis
5.10) durante mil años (Apocalipsis 20.4,
6).
¿Por qué ha sido
engañado todo el mundo con un falso evangelio (Apocalipsis
12.9)? ¿Por qué ha sido engañado de
manera que crea en un Reino de Dios que no es el verdadero? (Solicite nuestros
folletos gratuitos, ¿Qué es el
verdadero EVANGELIO? y EL REINO DE DIOS ¿sabe usted
qué es?
Lea una vez más las muchas parábolas de Jesús. Ahí se enseña el Reino de Dios. Ahí se revela claramente el hecho de que el Reino de Dios es el gobierno mundial que ya próximamente será establecido por Cristo, quien vendrá con todo poder y gloria, para traernos paz mundial, abundancia, dicha y felicidad.
El propósito de la vida
cristiana es entrenar a futuros reyes que gobiernen con y bajo Cristo. ¿Cómo,
entonces, se convierte uno en cristiano? ¿En qué momento? Y, ¿cómo es que la
salvación es un proceso, así como una fase inicial en la que uno se convierte,
instantáneamente, en cristiano?
He aquí la pura verdad
que usted necesita saber.
El verdadero arrepentimiento
Repito: “Un cristiano
[un individuo verdaderamente convertido] es aquel que ha recibido, y en cuya
mente mora, el Espíritu Santo de Dios”.
Pero, ¿cómo recibe uno
el Espíritu de Dios?
En el día en que se
inició la Iglesia de Dios, el apóstol Pedro dijo: “Arrepentíos, y bautícese
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2.38).
¿Arrepentirse de qué?
¿Del pecado? ¿Y qué es el pecado? “El pecado es infracción de
la ley” (1 Juan 3.4).
¿Cuál ley? La ley a la
que la mente carnal, que es enemistad contra Dios, no se sujeta - la ley de Dios
(Romanos 8.7). Una vez más
leemos del “Espíritu Santo, el cual ha
dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5.32).
Estas son las dos
condiciones para recibir el don de Dios que es su Espíritu Santo:
arrepentimiento y fe. El ser bautizado constituye la manifestación externa de
nuestra fe interior en Cristo. El arrepentimiento no consiste únicamente en
sentirse apenado por algo que uno ha hecho. Es, más bien, un sincero
arrepentimiento de lo que uno es y ha sido - de toda su actitud
pasada y su vida, separado de Dios. Es un cambio total de forma de pensar y de
sentir y de vivir. Es un cambio hacia un nuevo camino de vida. Es una renuncia
al camino egocéntrico de la vanidad, la codicia, la hostilidad a la autoridad,
la envidia, los celos, el egoísmo y la falta de interés en el bienestar de los
demás, y una aceptación del camino de vida teocéntrico (centrado en Dios), el
camino de la obediencia, la sumisión a la autoridad, del amor hacia Dios mayor
que el amor a sí mismo, así como también de un amor e interés por el bienestar
de nuestros semejantes igual al interés que sentimos por nuestra propia
persona.
El amor es el
cumplimiento de la ley de Dios (Romanos 13.10) - pero la ley de
Dios es una ley espiritual (Romanos
7.14) y únicamente puede ser
cumplida “por el amor de
Dios
[que] ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5.5).
El Espíritu Santo
abrirá la mente de cada uno de nosotros para que entienda las instrucciones de
Dios con respecto a cómo vivir, pero no lo obligará a vivir a la manera de Dios
- es decir, no atrae
ni tampoco empuja a la fuerza. Cada cristiano debe tomar su propia iniciativa,
si bien el Espíritu de Dios le brindará toda la ayuda, la fe y el poder que
necesite. Pero son los que “son guiados por el Espíritu de
Dios”
quienes “son hijos de Dios”
(Romanos 8.14).
La verdadera conversión cristiana
Las dos condiciones ya
citadas para llegar a ser un cristiano - el arrepentimiento
y la fe - son algo que
nosotros mismos debemos aportar.
Pero éstas no nos
convierten en cristianos - no producen la
conversión. Es lo que Dios aporta - al otorgarnos su
Espíritu Santo por medio de su gracia, como un don gratuito - lo que nos
convierte.
Nuestro arrepentimiento
y fe no nos dan el derecho a recibir el Espíritu de Dios. Dios no nos da su
Espíritu debido a que nos
arrepentimos y creemos. Él da su Espíritu porque quiere darlo. Él quiere que
tengamos su Espíritu como un don de Él desde antes de que nosotros nos
arrepintamos. Es sólo que Él exige como condiciones el arrepentimiento y la
fe.
No obstante, ningún
hombre puede decir, de sí, “Ah, ahora comprendo - debo arrepentirme.
Está bien, decido arrepentirme”. Uno no puede decidir a la ligera arrepentirse,
como si fuera algo de rutina. ¿Por qué?
Jesucristo dijo que
ninguno podía venir a él si el Espíritu del Padre no le trajera (Juan 6.44-45). Dios concede el
arrepentimiento (Romanos 2.4). Dios llama a la
persona y actúa en la mente y la conciencia por medio de su Espíritu, que opera
desde el exterior. Por regla general se suscita un verdadero conflicto interno.
La persona ha sido sacudida con el conocimiento de que ha practicado la maldad
- de que ella misma
es perversa - que ha pecado
- en fin, que es un
pecador. Es llevado al punto del verdadero arrepentimiento, no únicamente por lo
que ha hecho, sino por lo que ahora ve que él es. No es nada fácil. El “yo”
jamás se resigna a morir. Arrepentirse es rendirse incondicionalmente a Dios
- ¡someterse a su
ley!
Sin embargo, es el
individuo mismo quien toma la decisión. Si él, en efecto, se arrepiente, se
rinde ante Dios y con fe acepta a Jesucristo como su Salvador personal,
entonces, al cumplimentarse estas dos condiciones, Dios promete infundir su
mente con el don del Espíritu Santo, que es la vida misma de Dios - vida espiritual.
Este Espíritu le imparte a esa persona la naturaleza divina.
Ahora bien, hasta este
punto, ¿qué es lo que ha ocurrido?
El recién converso
apenas ha sido engendrado de Dios - no ha nacido aún.
Muchas personas que creen haber “nacido de nuevo” al momento de recibir el
Espíritu Santo están equivocadas, si bien más con respecto a la terminología que
al proceso que tiene lugar. (Para una explicación completa, escriba solicitando
nuestro folleto gratuito: ¿Qué significa
“NACER DE NUEVO”?)
Este nuevo converso no
ha recibido la medida plena del Espíritu de Dios que Cristo tenía; es únicamente
un bebé espiritual en Cristo. Ahora debe crecer espiritualmente, tal como un
embrión recién concebido en el vientre de su madre debe crecer físicamente hasta
estar lo suficientemente desarrollado para nacer como humano.
El converso ahora se ha
arrepentido en su mente, desde lo más profundo de su corazón. Ha sido
completamente sincero. Con todo candor y sinceridad en su mente y corazón ha
dado la media vuelta y ha empezado a vivir una vida diferente. Ahora es un
cristiano - ha recibido el
Espíritu Santo de Dios. Ha sido convertido, y es ahora cristiano. Realmente
desea hacer lo recto - obedecer a Dios
- vivir según el
camino de Dios.
¿Qué ocurre si peca un cristiano?
Tenemos, pues, que un
cristiano convertido es alguien que ha recibido el Espíritu de Dios, el cual
mora en él, guiándolo de manera que siga el camino de vida de Dios. Un cristiano
convertido ha renunciado a su pasada forma habitual de vivir - su camino egoísta,
desentendido de Dios. Ahora sigue como manera habitual de vivir el camino que
revela la Palabra de Dios - vive en
conformidad con esa revelación.
Pero suponiendo
- tal como ocurriría
con un bebé de 10 ó 12 meses de edad que trata de aprender a caminar
- que al “andar” en
este nuevo camino, tropieza, “cae”, por así decirlo, y comete un pecado. ¿Acaso
entonces está condenado - perdido? ¿Ha
dejado de ser un cristiano?
Quiero que todos
entiendan y tomen nota de lo que el apóstol Juan fue inspirado a escribir para
nuestro beneficio. Se encuentra en la primera epístola de Juan:
Refiriéndose a Cristo,
en su salutación inicial, como a “lo que era desde el
principio… la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó; lo
que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis
comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con
su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1.1-3).
El verdadero cristiano
ha sido reconciliado con Dios a través de Cristo. Y, dotado del Espíritu de
Dios, en efecto disfruta de una verdadera comunión con el Padre y el Hijo,
Jesucristo. Y aun su comunión con sus hermanos en la fe es a través de Dios y
Cristo. Él está unido a ellos, tal como las diversas ramas están adheridas a una
vid y unidas entre sí a través de y por esa vid. Compárese la analogía de Jesús
en Juan 15.1-7. Es el caso que los
cristianos, en efecto, caminan con Cristo - y dos no pueden
andar juntos si no están de acuerdo entre sí (Amós 3.3).
Continuemos ahora en
1 Juan: “Este es el
mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas
tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas,
mentimos y no practicamos la verdad” (versículos 5-6). En otras
palabras, Él - el Cristo viviente
- camina en la luz
- como si fuera
sobre un sendero luminoso. Pero si nosotros andamos en tinieblas, entonces, el
nuestro es un sendero completamente distinto, en el que existe la oscuridad. Y
así, no estaremos andando con Él realmente, y si decimos que sí lo hacemos,
estamos mintiendo.
Pero suponga que al
estar caminando con Él - en la luz
- uno de nosotros
tropieza y cae. No se trata aquí de rechazarlo a Él o al sendero que Él está
siguiendo a fin de dirigirnos por un sendero diferente - uno de tinieblas.
Si decimos, “Oh, lo siento”, ¿acaso no nos dará Él una mano y nos ayudará a
levantarnos y a continuar con Él en ese mismo camino luminoso? ¿Acaso se
enojaría Él y diría, “Apártate de mi camino - ve a seguir un
sendero de tinieblas y oscuridad”?
Viéndolo aún de otra
manera, el verdadero cristiano ha abandonado su vida anterior de pecado habitual
- y su actitud
anterior de egoísmo y vanidad, en la que no tenía la menor intención de vivir
según el camino de Dios. Pero ahora ha cambiado de dirección. En general, su
vida, ahora, consiste en seguir el camino habitual de la vida cristiana.
Sin embargo, él no es
perfecto al minuto de convertirse y recibir el Espíritu de Dios. Debe crecer,
espiritualmente, en la gracia y en el conocimiento de Cristo, según escribió el
apóstol Pedro en su segunda epístola, capítulo 3 y
versículo 18. Siendo una criatura de
hábito, sus anteriores hábitos no lo abandonan automáticamente sin ningún
esfuerzo de su parte. ¡Todo lo contrario! ¡Debe aprender a sobreponerse al
pecado! Es inevitable que de vez en cuando sea sorprendido con la guardia en
bajo y que cometa un error. Así que continuemos con 1 Juan 1: “Pero si andamos
en luz” - es decir, aunque
de vez en cuando podamos tropezar, se trata ahora de una caída ocasional
- no de rechazar el
camino de Dios - no de volver
nuevamente a nuestra vida anterior de pecado continuo y habitual.
¿Empieza usted a
comprender la diferencia? El verdadero cristiano tiene la firme intención de vivir el camino de Dios. Quiere vivir según el camino de Dios. Trata de vivir el camino de Dios. Y, en
general, éste constituye ahora su nueva forma habitual de vivir. Un tropiezo o
un pecado ocasional no significa que en su mente y en su corazón haya rechazado
a Dios y a su camino. Continuemos:
“…como Él está en
luz”
- si ese es ahora
nuestro propósito, nuestra meta y nuestra forma habitual de vida- entonces
“tenemos comunión unos con
otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia [a quienes somos ahora
cristianos] de todo pecado. Si
decimos [nosotros, como cristianos]
que
no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros” (versículos 7-8).
Si nosotros, ahora
cristianos, decimos que ya somos perfectos - que jamás
tropezamos, erramos o cometemos un pecado, nos engañamos a nosotros mismos. Yo
conocí a una mujer que se engañaba a sí misma de esta manera.
Pretendía estar al
margen del pecado - afirmaba que ella
jamás pecaba. Y si bien ella era lo que la gente llamaría una “buena mujer”, en
efecto estaba cometiendo el más grande de todos los pecados - ¡el del orgullo y
la vanidad espirituales! Se gloriaba de su estado de perfección. Carecía de
humildad cristiana.
Pero, si al caminar por
este sendero luminoso con Dios, uno tropieza y cae, ¿acaso Dios lo desecha a uno
como si fuera algo indeseable?
Versículo 9: “Si
confesamos [nosotros, los cristianos; no
se está haciendo referencia aquí a los no convertidos] nuestros pecados, él es fiel
y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
Es importante que
tomemos nota de la palabra “si”. “Si confesamos nuestros
pecados”. Cuando tropezamos, debemos
estar dispuestos a reconocerlo - debemos
arrepentimos de ello - debemos pedir
perdón. Si lo negamos o echamos a otro la culpa, no seremos perdonados. Debemos
confesarlo - ¡a Dios!
“Si
decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso y su palabra no está en
nosotros”. El contexto continúa en el
segundo capítulo: “Hijitos míos, estas cosas os
escribo para que no pequéis”. En otras palabras, no debemos
pecar - debemos tratar de
evitar cualquier pecado. Dios no nos
da licencia para pecar. Pero, “si alguno hubiere pecado,
abogado tenemos [nosotros, los cristianos]
para
con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros
pecados [nuevamente, hablando de
nosotros, que somos cristianos] y no solamente por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo” (capítulo 2.1-3). Pero, por
supuesto, Él es la propiciación por los pecados de los no convertidos en el
mundo únicamente a partir del momento
en que llegan al verdadero arrepentimiento y la fe en Cristo.
La
verdadera conversión -
un proceso
Por no comprender todo
este proceso que hemos visto, muchos se desalientan. Y algunos aun dejan de
tratar de vivir una vida cristiana. ¿Por qué? Debido al falso concepto de que un
cristiano es alguien que se vuelve perfecto de una sola vez, o que uno no puede
convertirse en cristiano sino hasta que ha vencido todos sus hábitos equivocados
y se ha vuelto justo por su propio esfuerzo.
Es vital que entendamos
cómo opera el verdadero cristianismo.
El cristiano recién
engendrado debe crecer espiritualmente. ¿Qué pensaría usted de un bebé humano
que de pronto alcanzara dos metros de estatura, sin pasar por el proceso de
crecimiento? El crecer requiere de tiempo. Hay un instante en el que la persona
recibe la impregnación del Espíritu Santo de Dios - cuando por primera
vez se convierte en cristiano. Pero es sólo un bebé espiritual. Debe crecer
espiritualmente.
La persona recién
convertida, con toda sinceridad ha dado una media vuelta en su mente y en su
corazón. Efectivamente ha logrado hacer contacto con Dios y ha recibido su
Espíritu Santo. La naturaleza divina de Dios mismo ha sido concebida dentro de
él. Pero es todo lo que tiene: Meramente una concepción - no la maduración
completa. Aún es humano - mortal
- de carne y sangre.
Aún está compuesto de materia, no de espíritu.
¡Comprenda esto!
Durante casi 6.000
años, la humanidad ha seguido el camino del orgullo y la vanidad, del egoísmo y
la codicia, de la indiferencia hacia los demás - ha sucumbido al
espíritu de la competencia, de la oposición, de la discordia, del afán de
adquirir y de exaltar al yo. Los humanos han vivido con la sola idea de
agradarse a sí mismos; han dado rienda a los celos, a la envidia, al
resentimiento hacia los demás, a un espíritu de rebelión en contra de toda
autoridad y de hostilidad hacia Dios y hacia la ley de Dios.
El cristiano debe
sobreponerse a estas tendencias.
El cristiano debe
desarrollar un carácter justo, que consiste en elegir el camino correcto, y
resistir el camino equivocado - en disciplinarse a
sí mismo para andar por el camino debido, en lugar de continuar por el camino
del deseo propio y de la vanidad.
El carácter perfecto
El propósito de Dios al
haber creado a la humanidad - al haber hecho que
usted naciera - es reproducirse a
sí mismo. (Escriba solicitando nuestro folleto gratuito, ¿Por qué NACIÓ USTED?
Dios, por sobre todas
las cosas, está dotado de un carácter justo y perfecto. Y Dios puede crear en
nosotros el carácter; pero ello debe ser el resultado de una decisión libre e
independiente de nuestra parte. Nosotros, como entes individuales, tenemos una
parte importante que cumplir en el proceso.
¿Qué es el carácter
perfecto? Es la habilidad que tiene un ente independiente, dotado de libre
albedrío, de llegar al conocimiento del bien y del mal - de lo verdadero y
de lo falso - y de elegir lo
bueno, y tener la voluntad para ejercer la autodisciplina a fin de hacer lo
bueno y resistir lo malo.
Al igual que los
músculos, el carácter se desarrolla y crece por medio del ejercicio. Yo sé que
podría fortalecer mis músculos y hacer que mis brazos sean más fuertes si los
contraigo y distiendo repetidas veces. Pero si a eso agrego un objeto pesado que
oponga mayor resistencia, el músculo se desarrollará con mayor rapidez. Existe
dentro de nosotros una naturaleza que ejerce una poderosa atracción - una fuerza que va
en contra del carácter perfecto y justo - a fin de darnos
algo que resistir, con el exclusivo propósito de fortalecer y desarrollar el
carácter adecuado.
El carácter de Dios
tiende hacia su ley - hacia el camino
del amor. Es una preocupación extrovertida por el bienestar de los demás. Dios
tiene ese carácter. Se preocupa por el bienestar de usted y por el mío. Él dio a
su único Hijo para reconciliamos a Él y hacer posibles para nosotros la dicha de
su carácter y la vida eterna (Juan 3.16). La derrama sobre
nosotros todo don bueno y precioso. Aun pone a nuestro alcance su naturaleza
divina (2 Pedro 1.4) - cuando nos
arrepentimos y abandonamos los caminos errados de este mundo; cuando empezamos a
resistir al mundo y a acudir a Él a través de la fe en Jesucristo como nuestro
Salvador personal.
La naturaleza divina de
Dios es la naturaleza del amor - de dar, de servir,
de ayudar - del interés por
los demás. Es también la naturaleza de la humildad.
Cuando uno se convierte
- cuando se ha
arrepentido y abandonado los falsos caminos del mundo - cuando ha recibido
en un solo momento el Espíritu Santo de Dios, su humanidad, su naturaleza
humana, no se desvanece de pronto. Ésta también permanece. Aún ejerce esa
atracción. Aún seguimos viviendo en este mundo malo, y éste ejerce una
atracción. Dios aún permite a Satanás continuar en el mundo y él también ejerce
una atracción poderosa.
De manera que son tres
diferentes atracciones las que debemos resistir y vencer. Debemos vencer a
Satanás, a este mundo y a nuestra propia naturaleza. Tenemos que luchar contra
las tres a fin de que se desarrollen en nosotros fuerza y carácter. Dios dice
claramente que son los vencedores quienes serán salvos - quienes reinarán
con Cristo (Apocalipsis 2.26-27; 3.21;
21.7).
La ayuda de Dios
Ningún ser humano tiene
la fuerza suficiente para lograr esto por sí mismo. Debe pedir y recibir con fe
la ayuda y el poder de Dios. Aun con el poder de Dios no podrá vencer estas
fuerzas fácilmente o de una sola vez. ¡No es fácil! Cristo claramente dijo que
el camino hacia la salvación final es duro y difícil (Mateo 7.13-14). Es una lucha
constante - una batalla contra
el propio yo, contra el mundo y contra el diablo. La creación del carácter viene
como resultado de la experiencia. Requiere de tiempo.
Este desarrollo es un
proceso. Se trata de un proceso de crecimiento y de gradual desenvolvimiento.
Para llegar a la perfección, se requiere de conocimiento pleno y correcto de la
Palabra misma de Dios; porque Jesús enseñó que debemos vivir por toda palabra de
Dios (Mateo 4.4; Lucas
4.4).
La mente natural e
inconversa no puede comprender plena y correctamente las Escrituras de Dios.
Pero el Espíritu Santo abre la mente a este entendimiento espiritual. La
adquisición misma de este conocimiento es un proceso que requiere de tiempo. Son
los hacedores de esta Palabra, no sólo los oidores, los que serán salvos
(Romanos 2.13).
Pero, ¿acaso puede
persona alguna hacer, en formar inmediata, todo lo que se requiere de él en este
nuevo camino que está siguiendo? ¿Puede alguien de pronto vencer todos los
hábitos que ahora reconoce son equivocados? No, él se da cuanta de que tiene que
luchar contra los hábitos que adquirió a lo largo de su vida.
Aún debe sobreponserse
a la atracción de la naturaleza humana. Esta naturaleza constituye una ley que
opera dentro de él - producida por las
transmisiones de Satanás el diablo - el Príncipe del
poder del aire (Efesios 2.2). El mundo entero
está sintonizado a la mente misma del diablo (Apocalipsis
12.9).
El apóstol Pablo llama
a esta atracción de la naturaleza humana - la ley del pecado
y de la muerte.
Pablo era convertido.
Pablo era un verdadero cristiano. Él se había arrepentido, aceptado a Cristo, y
recibido el Espíritu Santo. En su mente - con todo su
corazón y con verdadera e intensa sinceridad - él quería hacer la
voluntad de Dios. Pero, ¿acaso Pablo lo hizo perfectamente?
Dejemos que él mismo
nos lo diga. ¡Escuche!
La experiencia de Pablo
“Porque sabemos que la ley es
espiritual”, escribió él, “mas yo soy
carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago no lo entiendo; pues no hago lo
que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago… De manera que ya no soy yo quien
hace aquello, sino el pecado que mora en mí”. Él está hablando aquí de la
naturaleza humana que llevaba dentro. Continúa, “…porque el querer el bien
está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal
que no quiero, eso hago… Porque según el hombre interior, me deleito en la ley
de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi
mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”
(Romanos 7.14-23).
La ley de su mente es
la ley de Dios - los Diez
Mandamientos. La ley que está “en sus miembros” es la naturaleza humana.
Entonces Pablo exclama: “¡Miserable de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo de muerte?” Enseguida da gracias a Dios
- porque es Dios
quien lo hará - a través de
Jesucristo y por medio del poder de su Espíritu Santo. ¡Pero se requiere de
tiempo!
El cristiano
verdaderamente convertido encontrará que con frecuencia tropieza, bajo la
tentación, y cae - tal como un bebé
físico tropieza y cae al estar aprendiendo a caminar. Pero el bebé de un año no
se desalienta y deja de tratar de caminar. Se levanta y hace un nuevo
intento.
¡El cristiano
verdaderamente convertido aún no es perfecto!
Dios ve el corazón
- el motivo interior
- la verdadera
intención. Si uno está tratando - si se levanta
siempre que tropieza y cae, con sincero arrepentimiento pide el perdón de Dios,
y va de nuevo a poner su mejor esfuerzo a fin de que ese error no se repita
- y si persevera con
renovado empeño, Dios es generoso en misericordia hacia el hombre en su esfuerzo
por vencer.
Creo que ya debe ser
aparente que el cristiano recién convertido no es perfecto de repente. Él no
comete ni debe cometer pecados en forma deliberada y voluntaria, con un espíritu
y actitud de rebelión. ¡Precisamente de eso es de lo que se ha arrepentido! Él
ahora desea vivir por completo al margen del pecado. Pero para lograrlo de una
manera perfecta, primero necesitaría tener todo conocimiento espiritual. Tendría
que vivir por cada palabra de la Biblia. El Espíritu Santo imparte percepción
espiritual para poder comprender la Biblia. Y llegar a entender toda la Biblia
toma tiempo. Tenemos que crecer en el conocimiento de cómo vivir perfectamente
sin pecar.
Un cristiano puede, por
fuerza de hábito o en un momento de debilidad y tentación, pecar. Pero si es cristiano, de inmediato se
arrepentirá, y con base en este arrepentimiento el sacrificio de Cristo lo
limpia de pecado (1 Juan 1.7-9).
Frecuentemente las
personas convertidas son abrumadas por tentaciones más poderosas que las
anteriores a su conversión. Luchan contra el pecado, se esfuerzan por
sobreponerse. Pero aún no son perfectas. Algunas veces son sorprendidas con la
guardia baja. En ocasiones aun pueden pecar. Entonces, por así decirlo,
despiertan y se dan cuenta de lo que han hecho. Se arrepienten. Se llenan de
remordimiento - están
verdaderamente apenadas - disgustadas
consigo mismas. Acuden a Dios y claman pidiendo su ayuda - pidiéndole más
poder y fortaleza para vencer (Hebreos 4.16).
¡Este es el camino del
cristiano!
Es el camino de la
lucha constante - de esforzarse por
vencer al pecado - de buscar a Dios
en oración sincera, pidiendo ayuda y poder espiritual para vencer. Y si son
diligentes, constantemente ganarán terreno. Constantemente crecerán en el
conocimiento de Dios, por medio de la Biblia. Constantemente erradicarán hábitos
perniciosos, creando en su lugar hábitos provechosos. Constantemente se acercan
a Dios a través del estudio de la Biblia y la oración. Continuamente crecen en
carácter, hacia la perfección - si bien no son
perfectos aún.
¿Y si uno muere?
Pero, alguno
preguntará, ¿qué ocurre si la vida de uno es cortada y muere antes de haber
alcanzado esta perfección? ¿Será salvo o estará perdido? La respuesta es que
nunca obtendremos la perfección absoluta en esta vida.
He dicho,
anteriormente, que una persona convertida, en efecto, recibe el Espíritu Santo
en un preciso momento - en un solo
instante. No la plenitud que tenía Cristo. Sin embargo, es, en ese momento, una
persona cambiada, convertida - cambiada en mente,
en actitud, en la dirección que se ha trazado para hacer la jornada de su vida.
Y aunque aún no haya alcanzado la perfección - aunque se tropiece
bajo la tentación y haya caído espiritualmente algunas veces - en tanto que en su
mente y corazón esté sinceramente dispuesto a seguir el camino de Dios, a
sobreponerse a sus debilidades y a crecer espiritualmente - en tanto que el
Espíritu de Dios esté morando en él - mientras sea
guiado por el Espíritu de Dios, sigue siendo un hijo engendrado de Dios.
Si en cualquier punto a
lo largo del recorrido de la vida, esa vida es cortada, ese hombre será
resucitado - será salvo
- se levantará
inmortal en el Reino de Dios.
Jamás se dé por vencido
Es únicamente aquel que
se da por vencido y abandona el camino (Hebreos 10.38) - el que rechaza a
Dios, el que rechaza el camino de Dios y rechaza a Cristo como su Salvador
- el que descuida o
se aparta del camino de Dios, en su mente y en su corazón (en su propósito
interior), quien deliberada e intencionalmente, en su interior - o bien, como
resultado de una prolongada negligencia - abandona a Cristo
- quien se
perderá.
Si - una vez siendo
convertido, habiendo recibido el Espíritu de Dios y experimentado los gozos del
camino de Dios - uno
deliberadamente rechaza ese camino, toma la decisión, no bajo la presión de una
fuerte tentación, sino deliberada y terminantemente, de no seguir el camino de
Dios, entonces Dios dice que es imposible restaurar a semejante persona al
arrepentimiento. Tendría que arrepentirse de esa decisión. Pero si la tomó
voluntariamente, no en medio de una tentación apremiante, sino calmada y
deliberadamente - libremente
- entonces
simplemente no se arrepentirá de ella.
Pero cualquiera que
tema haber cometido el “pecado imperdonable” - que esté
preocupado por ello y tenga el ardiente deseo de no haberlo cometido y aun desee
y añore la salvación de Dios - alguien así no lo
ha cometido - ¡alguien así puede
arrepentirse y proseguir hacia la salvación, si así lo desea!
(Si usted desea un
folleto que expone y explica ampliamente todo acerca del “pecado imperdonable”,
escriba solicitando nuestra publicación gratuita sobre este tema. Su título es,
El temor de cometer el PECADO
IMPERDONABLE. Le esclarecerá la verdad
sobre este vital tema.)
¿Qué hacer?
Si usted ve a un
cristiano cometer un error, no juzgue ni condene - ¡eso le
corresponde a Dios, no a usted! Tengamos compasión y misericordia - nosotros no
conocemos los motivos interiores de los demás - ¡únicamente Dios
los conoce!
Y si usted mismo ha
tropezado y caído, no se sienta desalentado. Levántese y prosiga su camino.
Dios mira el corazón
- la actitud
- la intención.
En tanto que uno, en su
corazón, tenga el deseo verdadero de caminar en el camino de Dios con Él - en tanto se aflija
y se arrepienta cuando haya cometido el pecado ocasional - y mientras busque
en todo momento sobreponerse al pecado y hacer del camino de Dios su forma
habitual de vida, ciertamente se tropezará ocasionalmente, pero si confiesa su
falta y se arrepiente, será perdonado. Por otra parte, si es diligente en su
vida cristiana, sus caídas ocasionales serán cada vez menos frecuentes
- estará haciendo
buen progreso, venciendo, desarrollándose espiritualmente y creciendo en el
carácter santo y justo de Dios.
¿Cuál es su actitud?
Cuando usted ha pecado, ¿no ha tenido ello la menor importancia para usted? Si
es así, está en terreno peligroso. ¿Justifica usted sus faltas, suponiendo que
otros tienen la culpa? Eso jamás justificará sus pecados. ¿Aún desea seguir el
camino de Dios? Entonces no es demasiado tarde. Apártese de los pecados,
confiéselos - a Dios.
¡Arrepiéntase! Levántese, tome la mano que Cristo le tiende para ayudarle, y
prosiga a la meta, sobreponiéndose al pecado y creciendo espiritualmente.
Pero recuerde, una vez
que usted sabe que realmente se ha arrepentido y que ha sido perdonado, no
repita los pecados, sino olvídelos. Como escribió el apóstol Pablo, “Olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a
la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3.13-14).þ